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El Internet de las Cosas y la sostenibilidad medioambiental

DIEGO CASADO-MANSILLA          JUAN LÓPEZ-DE-ARMENTIA
Investigadores de DeustoTech Internet

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El concepto Internet de las Cosas (Internet of ThingsIoT, en inglés) radica en que los objetos que nos rodean y que usamos diariamente  estén conectados a Internet en cualquier momento y lugar. Este concepto está altamente relacionado con la Ubicuidad.
En términos más técnicos, diríamos que consiste en integrar una serie de componentes electrónicos en la fase de diseño de estos objetos cotidianos con el fin de dotarles de conectividad a Internet. Dado que Internet está presente en casi cualquier rincón del planeta y que el tamaño y coste de la electrónica ha disminuido de manera notable en las últimas décadas, cualquier objeto es susceptible de ser conectado, manifestarse en la Red y actuar como fuente de datos.
La conectividad a la Red es la base del Internet de las Cosas. Sin embargo, los objetos conectados deben desempeñar un rol para sacar rédito a su ubicuidad y poder ser considerados como objetos inteligentes. Para ello, son necesarios tres pilares: 1) componentes computacionales que permitan procesar información —ej. micro-controladores—; 2) sensores que permitan obtener información física del entorno y convertirla en información procesable digitalmente —ej. luminosidad, movimiento, temperatura—; y 3) actuadores, que son dispositivos electrónicos que permiten modificar o generar un efecto sobre la física del entorno —ej. motores, altavoces—.
Las aplicaciones del Internet de las Cosas cubren un amplio espectro de nuestra vida cotidiana. Uno de los campos en el que está empezando a tener y se prevé tendrá gran relevancia, es las sostenibilidad medioambiental.
Como ejemplo, se citan algunos proyectos e iniciativas que se están llevando a cabo en el ámbito de la ciudad, espacios públicos y hogar. En el proyecto PEACOX[1] se monitorizaba la calidad del aire con la
idea de promover el uso de rutas alternativas con baja contaminación atmosférica para conductores, ciclistas, viandantes. Cada vez más proyectos optan por el uso de IoT para gestionar el tráfico de forma más eficiente a través de sensores desplegados en la ciudad[2]. En el campo de los edificios públicos, uno de los objetivos del nuevo programa H2020 apunta al diseño de sistemas de control de presencia para hacer un uso eficiente de la calefacción y alumbrado por zonificación[3]. Por último en el ámbito del hogar la domótica copa la mayoría de los proyectos de IoT (lavadoras que ajustan su programa al momento del día en que la energía es más barata y proviene de fuentes renovables, termostatos inteligentes que aprenden las preferencias[4] y horarios de los habitantes del hogar para realizar un uso eficiente de la calefacción sin perder confort, o electrodomésticos inteligentes que son capaces de aprender la forma y frecuencia en la que son utilizados con el fin de promover un uso eficiente de los mismos[5].

A vista de todos está que la tecnología ubicua está aquí para quedarse y debemos aprender a convivir con ella, pero teniendo presente que no va a ser la solución a los malos hábitos de la sociedad. Desde la visión de DeustoTech Internet, en ocasiones la automatización y cooperación entre dispositivos para realizar una cierta tarea será la mejor opción, en otras, la cooperación entre objetos cotidianos y humanos será lo más adecuado. Pero siempre habrá ciertas tareas que realiza el ser humano en las que no existe posibilidad de reemplazo.
Ahora toca reflexionar al lector. ¿Quién debe asumir la responsabilidad de las tareas cotidianas? ¿Las máquinas,
los humanos o la deben compartir entre ambos? Nuestra recomendación: apelar al mejor de los sentidos… el tan denostado sentido común.

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Los extraños modelos de negocio de Internet de las Cosas (IoT)

IÑAKI VÁZQUEZ
Profesor del Departamento de Telecomunicaciones
Fundador y CEO de Symplio
@inakivazquez
ivazquez@deusto.es

Adidas Smart Ball
Adidas Smart Ball

En 1874 un grupo de ingenieros franceses construyeron un sistema de sensores para monitorizar de manera remota desde París las condiciones climatológicas y la profundidad de la nieve en el Mont Blanc.
En 2015 un usuario analiza en su teléfono móvil una previsión de las calorías que ha quemado mientras practicaba deporte durante la última hora. Seguidamente sube a su vehículo que le recomienda la mejor ruta conforme al estado del tráfico y las estaciones de servicio más económicas para repostar. Mientras conduce, envía comandos de voz a su refrigerador para que haga un inventario de contenidos, le sugiera posibles platos a cocinar hoy con los ingredientes disponibles, y que supongan un aporte calórico equilibrado. El sistema de calefacción se activa ahora de manera remota en la casa, ya que restan sólo 20 minutos para su llegada. Entre estos dos escenarios han pasado más de 100 años y varias revoluciones tecnológicas. ¿Qué tienen en común todos los productos que toman parte en el segundo escenario?

¿Qué tienen en común Adidas, Ford, Google, Iberdrola, Bosch y Telefónica? Respuesta: todos ellos y muchos más, están trabajando
en crear nuevos productos y servicios alrededor de Internet de las Cosas, rediseñando nuestra relación con los objetos que nos rodean y forman parte de nuestra vida. Si hay una característica fundamental que tiene la visión de los productos conectados a Internet es precisamente lo mejor (y lo peor) de los dos mundos: átomos y bits, o dicho de otro modo, objetos y servicios.

Cuando me toca explicar en clase modelos de negocio para Internet de las Cosas muchas veces trabajamos el ejemplo de Adidas y su Smart Ball (un balón de fútbol con sensores). No porque sea un caso de éxito, sino porque permite jugar, explorar y abrirse a nuevos conceptos.
Un momento, ¿un balón con sensores?. Sí, la Smart Ball recoge información del impacto del chut, velocidad y rotación de la pelota, entre otros datos, y los presenta en su app asociada donde el jugador puede analizarlos, comparar su evolución y competir con otros. En definitiva, «cuantificar» una actividad para medirla de manera objetiva, de este modo gestionarla, y así finalmente mejorarla.
Pero lo mejor es que todos estos datos se pueden llevar a la nube y someterlos a un proceso de análisis, para generar información relevante, valiosa y contextualizada para un determinado cliente, como un club de fútbol profesional. Y en este punto pasamos al dominio de los servicios, donde es posible comercializar «packs de análisis de datos» bajo diferentes modelos de precios y desde la comodidad del sillón y el ordenador, y entrando de lleno en los modelos de negocio de Internet (freemium, pago por uso, suscripción).

La potencia de Internet de las Cosas es que permite «servificar» los productos físicos tradicionales y generar flujos de ingresos basados en la comercialización de dichos servicios, incluso a veces  subvencionando el producto a coste, para reducir barreras de entrada. ¿Os imagináis que una pala de pádel profesional costase la mitad si os vinculáis con la contratación de un año del «servicio de análisis de golpes»? ¿O que os pagaran cada día por vestir una camiseta conectada a Internet que muestra publicidad relevante, contextual y útil a las personas de alrededor? Si hay negocio, no dudéis, lo veremos.